“Era un acontecimiento muy especial el elegir los árboles de navidad para las salas del Vaticano”, cuenta el señor Marcin Kubek. “Los seleccionábamos como piedras preciosas en las montañas polacas de Podhale. Sobre todo los abetos que duran mucho cortados y tienen un aroma fuerte”.
“También Le llevábamos al Papa Juan Pablo II regalos: bombitas para Su árbol, esculturas, y pinturas—los obsequios hechos a mano por los montañeses. No podía faltar el pan polaco, las hostias, y las delicias hechas de queso ahumado de cabra—típico de la zona. Parte de las hostias el Santo Padre las bendecía y las traíamos de vuelta a Polonia para nuestras familias”.
“Pero los obsequios no eran lo más importante del viaje en el bus. En el camino a Roma, solo pensábamos con alegría que pronto íbamos a cantar los villancicos para honrar a Jesús junto con el Papa. Íbamos vestidos con nuestros mejores trajes. Mi esposa se había puesto un traje típico de las montañas, nuevecito, digno de ver al Papa. Los hombres se habían puesto camisas nuevas, blancas, almidonadas. Todos iban vestidos con hermosos trajes folclóricos, aun los choferes, excepto los sacerdotes y las monjitas”.
“Todos tenían que estar bien afeitados—nada de barbas como se usa ahora. Las señoras se habían peinado con fantasía y los niños parecían muñecos en sus trajes típicos. Era un placer verlos”.
Con el permiso del Padre Arzobispo Mieczyslaw Mokrzycki—“El lugar para todos”.
Publicación Znak, Cracovia, 2013