En marzo del 1976 el arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, fue invitado para conducir recoletas de cuaresma en el Vaticano, en las cuales iba a participar Pablo VI y la Curia de Roma. Las recoletas comenzaron discutiendo las palabras de Simeón que Cristo representaba un estorbo en la sociedad de entonces. Un estorbo para un Oeste laico y concentrado en el consumo. En ese tiempo, en el mundo entero el ateísmo había sido elevado a un rango del sistema, y la religión—considerada el “opio de la humanidad”—fue perseguida.
Durante las recoletas, Karol Wojtyla mencionó como en enero del 1945, siendo un seminarista de veinticuatro años de edad, salió a la calle para celebrar la liberación de la ocupación de Hitler. De casualidad se encontró con un joven soldado ruso. Wojtyla conocía el idioma ruso y pudieron charlar. Hablaron sobre la religión, sobre Dios, pero más que nada de que Dios había sido eliminado de la sociedad rusa. “En Rusia”- decía el soldado- “nos repiten que Dios no existe, pero yo siempre creí que existe, y ahora quisiera conocerlo más”.
Ese episodio fue censurado por las autoridades comunistas y eliminado del libro publicado en Polonia sobre las meditaciones de dichas recoletas. Más tarde, el Cardenal Wojtyla lo mencionó muchas veces—como signo de esperanza. En el medio de los años setenta, el ateísmo superaba en el imperio soviético. Sin embargo, ya entonces el arzobispo creía que el comunismo no iba a durar mucho, pues poseía un error imposible de corregir: se oponía a la trascendencia. Había cerrado las puertas a Dios.
Con el permiso del Padre Cardenal Estanislao Dziwisz—“Al lado del Santo”
Publicación San Estanislao BM, Cracovia 2013.