– Juan Pablo II, México, Basílica de Guadalupe, 27 de enero de 1979
También nosotros venimos aquí para ello, también nosotros esperamos el descenso del Espíritu Santo, que nos hará ver los caminos de la evangelización, a través de los cuales la Iglesia debe continuar y renacer en nuestro gran continente. También nosotros hoy, y en los próximos días, deseamos perseverar en la oración con María, Madre de Nuestro Señor y Maestro: contigo, Madre de la esperanza, Madre de Guadalupe.
Permite pues que yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Papa, junto con mis hermanos en el Episcopado que representan a la Iglesia de México y de toda la América Latina, en este solemne momento, confiemos y ofrezcamos a Ti, sierva del Señor, todo el patrimonio del Evangelio, de la Cruz, de la Resurrección, de los que todos nosotros somos testigos, apóstoles, maestros y obispos.
¡Oh Madre! Ayúdanos a ser fieles dispensadores de los grandes misterios de Dios. Ayúdanos a enseñar la verdad que tu Hijo ha anunciado y a extender el amor, que es el principal mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo. Ayúdanos a confirmar a nuestros hermanos en la fe, ayúdanos a despertar la esperanza en la vida eterna. Ayúdanos a guardar los grandes tesoros encerrados en las almas del Pueblo de Dios que nos ha sido encomendado.
Te ofrecemos todo este Pueblo de Dios. Te ofrecemos la Iglesia de México y de todo el Continente. Te la ofrecemos como propiedad Tuya. Tú que has entrado tan adentro en los corazones de los fieles a través de la señal de Tu presencia, que es Tu imagen en el Santuario de Guadalupe, vive como en Tu casa en estos corazones, también en el futuro. Sé uno de casa en nuestras familias, en nuestras parroquias, misiones, diócesis y en todos los pueblos.
Y hazlo por medio de la Iglesia Santa, la cual, imitándote a Ti, Madre, desea ser a su vez una buena madre, cuidar a las almas en todas sus necesidades, enunciando el Evangelio, administrando los sacramentos, salvaguardando la vida de las familias mediante el sacramento del matrimonio, reuniendo a todos en la comunidad eucarística por medio del santo sacramento del altar, acompañándolos amorosamente desde la cuna hasta la entrada en la eternidad.
¡Oh Madre! Despierta en las jóvenes generaciones la disponibilidad al exclusivo servicio a Dios. Implora para nosotros abundantes vocaciones locales al sacerdocio y a la vida consagrada.
¡Oh Madre! Corrobora la fe de todos nuestros hermanos y hermanas laicos, para que en cada campo de la vida social, profesional, cultura! y política, actúen de acuerdo con la verdad y la ley que tu Hijo ha traído a la humanidad, para conducir a todos a la salvación eterna y, al mismo tiempo, para hacer la vida sobre la tierra más humana, más digna del hombre.
La Iglesia que desarrolla su labor entre las naciones americanas, la Iglesia en México, quiere servir con todas sus fuerzas esta causa sublime con un renovado espíritu misionero. ¡Oh Madre! haz que sepamos servirla en la verdad y en la justicia. Haz que nosotros mismos sigamos este camino y conduzcamos a los demás, sin desviarnos jamás por senderos tortuosos, arrastrando a los otros.
Te ofrecemos y confiamos todos aquellos y todo aquello que es objeto de nuestra responsabilidad pastoral, confiando que Tú estarás con nosotros, y nos ayudarás a realizar lo que tu Hijo nos ha mandado (cf. Jn 2,5). Te traemos esta confianza ilimitada y con ella, yo, Juan Pablo II, con todos mis hermanos en el Episcopado de México y de América Latina, queremos vincularte de modo todavía más fuerte a nuestro ministerio, a la Iglesia y a la vida de nuestras naciones. Deseamos poner en tus manos nuestro entero porvenir, el porvenir de la evangelización de América Latina.
¡Reina de los Apóstoles! Acepta nuestra prontitud a servir sin reserva la causa de tu Hijo, la causa del Evangelio y la causa de la paz, basada sobre la justicia y el amor entre los hombres y entre los pueblos.
¡Reina de la Paz! Salva a las naciones y a los pueblos de todo el continente, que tanto confían en Ti, de las guerras, del odio y de la subversión.
Haz que todos, gobernantes y súbditos, aprendan a vivir en paz, se eduquen para la paz, hagan cuanto exige la justicia y el respeto de los derechos de todo hombre, para que se consolide la paz.
Acepta esta nuestra confiada entrega, oh sierva del Señor. Que tu materna! presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia se convierta en fuente de alegría y de libertad para cada uno y para todos; fuente de aquella libertad por medio de la cual “Cristo nos ha liberado” (Ga 5, 1), y finalmente fuente de aquella paz que el mundo no puede dar, sino que sólo la da El, Cristo (cf. Jn 14, 27).
Finalmente, oh Madre, recordando y confirmando el gesto de mis Predecesores Benedicto XIV y Pío X, quienes te proclamaron Patrona de México y de toda la América Latina, te presento una diadema en nombre de todos tus hijos mexicanos y latinoamericanos, para que los conserves bajo tu protección, guardes su concordia en la fe y su fidelidad a Cristo, tu Hijo. Amén.