Llegó el día 11 de septiembre del año 2001.
Entre la hora 8:45 y 9:45 tiempo local de Nueva York, dos aviones con docenas de pasajeros se estrellaron contra las paredes del World Trade Center en esa ciudad. Mientras, un tercer avión se fue contra la porción oeste de los edificios del Pentágono en Washington. Fue la encarnación de un nuevo terrorismo bajo la dirección de al.-Kaida (que significa el Fundamento) y de Osama ben Laden; un terrorismo invisible—que usó un arma bien refinada y criminal—financiado por billones de dólares otorgados por los que eran fieles al fundamentalismo islámico. Usó ese arma para declarar guerra a América y a la parte oeste del mundo.
Una guerra que, basándose en la religión, trajo muerte y destrucción en el nombre de Dios…
Juan Pablo II estuvo en ese momento en el Castel Gandolfo. Sonó Su teléfono y se oyó la voz desesperada del Cardenal Ángel Sodano, el secretario del estado. Al prender el televisor, el Santo Padre vio a las imágenes dramáticas del derrumbamiento de los dos edificios del World Trade Center, adentro de los cuales hubo encerradas tantas inocentes víctimas. En la tarde, el Santo Padre frecuentó la capilla y la sala con el televisor, llevando en Su corazón un gran dolor.
Al día siguiente, el Papa celebró la Santa Misa. Luego, en la Plaza San Pedro dio una audiencia general especial. Recuerdo Sus palabras: “Un día oscuro en la historia de la humanidad”. Recuerdo como, antes de rezar, pidió a que los fieles se abstengan de cantos y ovaciones. Fue un día funeral. De congoja.
Juan Pablo II temía que ese no era el final de lo que podía suceder; que ese atentado podría iniciar una espiral de poder—sin fin. También temía porque, de acuerdo a Él, la plaga del terrorismo nació de la extrema pobreza, de las limitadas posibilidades de educación y del desarrollo cultural, predominantes en muchos países árabes. Para eliminar el terrorismo había que eliminar al mismo tiempo a las enormes desproporciones sociales y económicas entre el Norte y el Sur.
Nuevamente, el Santo Padre tuvo razón.
Con el permiso de Estanislao Dziwisz—“El Testimonio”.
Publicación TBA, comunicación del marquet. Varsovia, año 2007.
(Traducción del polaco por Jadwiga Orzechowska-Ancaya)