El hecho que la Palabra de Dios se hizo hombre, causó un cambio fundamental en la percepción del tiempo. Podemos decir que, en Jesucristo, el tiempo del hombre se ha llenado con la eternidad.
Es una transformación que abarca a toda la humanidad, porque “por Su Encarnación el Hijo de Dios en cierto modo se ha unido con cada ser humano” (Gaudium et Spes, n22). El llegó para ofrecer a cada persona una participación en la Vida Divina. El don de esa Vida nos permite participar en Su eternidad. Jesús lo dijo cuando se refería a la Eucaristía: “El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, tiene la vida eterna” (J6, 54).
Juan Pablo II, Audición general, 10 de diciembre 1997.
En Jesucristo, Dios no solo habla al hombre, pero lo busca. La Encarnación del Hijo de Dios atestigua que Dios busca al hombre. Esa búsqueda nace en el mismo Corazón de Dios y culmina en la Encarnación de la Palabra. Si Dios busca al hombre, a quien creó en Su imagen y similitud, lo hace porque lo ama para siempre en la Palabra, y lo quiere elevar en Cristo a la altura de un hijo adoptivo.
Juan Pablo II—Carta a los Apóstoles Tertio Millennio Advenienite, 10 de noviembre 1994
Basado en “Les grands textes du pontificat”; éditions du Jubilé 2005