La audiencia con Fidel Castro fue una de las primeras que el Arzobispo Mokrzycki observó de cerca—como el segundo secretario de Juan Pablo II. Recuerda bien los comentarios acerca de que el Papa no debe dar la mano a Castro. Pero el papa no solo le dio la mano, pero dos meses más tarde voló a Cuba. Tuvo razón en hacerlo, mientras el mundo estuvo equivocado.
Después de la Misa en la Plaza de la Revolución en Habana, no hubo más revoluciones. La Navidad fue declarada nuevamente como un día de fiesta sin trabajar. Desde entonces se permitía organizar procesiones en las calles de las ciudades, y había libertad de prensas religiosas. Castro liberó de las prisiones a 180 presos políticos. Los cambios no eran muy fenomenales, pero era algo. Como un deshielo. Entre la gente cubana nació nuevamente la esperanza. El Santo Papa les llenó los corazones con valor, energía, y solidaridad.
Es verdad que luego de la audiencia Juan Pablo II se quedó impresionado con el dictador cubano?
Se puede decir que si, en asuntos concretos. Fidel Castro se había preparado muy bien para la audiencia con el Santo Papa. Había leído muchas de Sus obras y poesías. Sabía mucho sobre las encíclicas, a las que había estudiado meticulosamente. El Santo Padre se quedó sorprendido y con admiración a Fidel Castro. Lo mismo pasó luego, durante la peregrinación: Castro impresionó a Juan Pablo II al conocer todo lo que Él había logrado. Fue algo raro.
Con el permiso del Padre Arzobispo Mieczyslaw Mokrzycki—“Mas que nada Le gustaban los martes”.
Publicación M. Cracovia, 2008.
Traducido al español por Jadwiga Orzechowska-Ancaya