Recuerdo como un día traje al papa a su domicilio luego de una audiencia. El Padre Dziwisz y yo Lo agarramos debajo de los hombros y le ayudamos a bajar del papamobile. Lo sentamos en otra silla especial con ruedas, que había ingeniado el ingeniero Segretti—para facilitarle a Juan Pablo II acercarse al ascensor que Lo llevaría a Su departamento. De repente noté que de Sus manos se había caído un pañuelito blanco con las iniciales JP2, y se encontraba adentro del jeep. Lo levanté y Le dije que seguro el pañuelo se había caído de Su bolsillo.
En ese momento oí la débil voz del papa: “Quédate con ella, Pietro, será un pequeño recuerdo de mi para ti”. Estuve bien emocionado, llevé el pañuelo a mi casa, y se lo mostré a mi esposa; ella la colocó en una cajita especial donde esta hasta hoy.
En el sitio a donde el papa había tocado al pañuelo, su coloración cambió a marrón oscuro, luego de Su fallecimiento. Y había sido totalmente blanco! Años más tarde, el Padre Estanislao me obsequio con otra reliquia—una moneda, en la cual se halla una pequeña gaza rociada con la sangre del Santo Padre. Con esa gaza habían limpiado Su herida luego de uno de los últimos procedimientos en el hospital. El Padre Estanislao la había cortado en pedacitos a los que obsequió a personas cercanas al papa.
Magdalena Wolinska-Riedi “Pasó en el Vaticano”, pág. 251
Publicación Znak. Cracovia 2020