No se trata solamente de recuerdos, de memorias. Se trata principalmente de la herencia que San Juan Pablo II nos dejó. Una herencia no solo espiritual pero la que representa a Su persona, a Su testamento, y a Su herencia en la escala de la Iglesia—comenzando por Su visión para la Iglesia a la que propagó y la que vivió El mismo. Al mencionar esto, no quiero criticar al pontificado de Benedicto XVI; mas bien quiero acentuar a la continuidad entre esos dos Papas.
Alcanza subrayar el compromiso común para confrontar a la crisis de la fe; para traer nuevamente a Dios a la conciencia del hombre contemporáneo. También quiero mencionar a la estrategia común a ambos pontificados de una nueva evangelización—dirigida no solamente a los territorios de las misiones, pero también a los países del Oeste caracterizados por una decrepitud espiritual. Sin embargo, la herencia de Juan Pablo II, tanto en la esfera eclesiástica como en la esfera de Su ministerio, quizás no llegó en su plenitud a muchas comunidades católicas.
Los muchos dones transmitidos a la Iglesia del tercer milenio por Juan Pablo II—como Su herencia—no se han entendido en su totalidad hasta hoy. No han adquirido una forma madura. Tengo más que nada en cuenta el llamado profético al comienzo de Su pontificado: “No teman!”. Benedicto XVI llevó el llamado para adelante y lo mencionó en el sermón de beatificación de Karol Wojtyla. Pero cómo lo recibió el mundo católico? Cómo reaccionó? Muchas veces, en vez de esperanza, se podía sentir un desanimo y hasta resignación…
Pero después, gracias a Dios, llegó el Papa Francisco con Su enorme carga de energía espiritual. Y se estableció como el heraldo del mensaje cristiano de alegría y de misericordia.
Con el permiso del Padre Cardenal Estanislao Dziwisz—“Al lado del Santo”
Publicación San Estanislao BM. Cracovia 2013
