Lo describió el II Consejo del Vaticano, hablando sobre la vocación a la santidad. Pero Karol Wojtyla lo creyó siempre, desde Su juventud. Desde el tiempo cuando el sastre/catequista Jan Tyranowski— quien Le ayudó a descubrir el misticismo carmelita—repetía la frase de un amigo sacerdote: “No es una cosa difícil el ser santo”.
Solo que ahora no existe más la santidad relacionada con el heroísmo de la vida de los mártires, grandes testigos de la Fe. Pero hay otra santidad que surge de la vida cotidiana, del silencio, y de las condiciones de vida modestas. Esa santidad también puede brindar extraordinarios frutos. Es una santidad que muchas veces no es reconocida en los ojos de otros hombres, pero por seguro es apreciada en los ojos de Dios.
Pienso que ese tipo de santidad cotidiana se encuentra en actos pequeños o grandes, en contactarse con otros seres humanos, y en “cumplir la voluntad de Dios”— como decía la Madre Teresa de Calcuta. También está la santidad de los que sufren, de los enfermos, y de los que esperan su final—esa santidad fue uno de los obsequios más valiosos que nos dejó Karol Wojtyla.
Con el permiso del Padre Cardenal Stanislaw Dziwisz—“Al lado del Santo”
Publicación San Estanislao BM, Cracovia 2013
